Tuesday, May 08, 2012

Silva desgarrado, por Matías Celedón


Estimados amigos, les dejamos con texto de uno de nuestros nuevos colaboradores, uno de los mejores "8" que se han visto, con una pegada impecable: Matías Celedón. Un lujo para este humilde portal de fútbol. 

Silva desgarrado.






Hasta que no me pasó las servilletas pensé que me estaba tomando el pelo. Eran dos poemas titulares. Johí me había contado que llegaba en las mañanas al café Villareal y se pasaba hasta las 11 con la mirada perdida en las enredaderas. Empujando su silla de ruedas, la enfermera lo ubicaba siempre en la misma mesa y se sentaba junto a él para untarle las tostadas y ayudarlo con la taza de té. 
Don Sergio no le habla, me dijo. Ella lo ayuda porque le tiemblan las manos.

Había oído que Sergio Livingstone escribía en mitad de las transmisiones. En cuadernos empastados, llevaba páginas de incidencias que anotaba cada fin de semana. Con regla separaba las alineaciones y ocupaba el interior de los márgenes para marcar el tiempo exacto en que sucedía una jugada. Su criterio era inapelable: la jugada concluía en las manos del arquero.
Siempre pensé en esos cuadernos, minuto a minuto, la historia lapidaria del futbol chileno. Qué jugadas fueron subrayadas. Cuántas acaso terminaron en gol. Pero Johí me contaba que lo que escribía no era nada de eso, sino impresiones vagas que él no entendía casi siempre.
Cuando la enfermera va al baño, Don Sergio saca una pluma y escribe. 
¿No le entiendes la letra? Una pluma es más liviana que una taza, reconocí.
No es por eso. Mire.
Johí me pasó la primera servilleta:
Esa es del viernes.

Su letra era clara, de trazo firme. Pero de entrada me descolocó.

  
Eufonía

Lionel Andrés Messi
Riquelme Juán Román
Diego Armando Maradona
Luque Leopoldo Jacinto.

No supe qué decirle. Miré la enredadera y vi un arco vacío con las redes cubiertas por la hiedra.
¿Poesía?, me preguntó Johí.
Pareciera, arriesgué.

Esta mañana llegó más tarde acompañado por su hijo. Por la ventana, Johí los veía conversar:
Don Sergio movía mucho las manos. Cuando su hijo se levantó a pagar se me acercó y me preguntó si lo conocía. Yo le dije que sí, que lo atendía siempre. Después me preguntó cómo lo veía. Bien, le dije, qué más le iba a decir. Entonces me preguntó si alguna mañana en que él tuviera que hacer yo podría cuidar a Don Sergio hasta que alguien lo pasara a buscar…
 ¿Y?
Le dije que sí. 
Que te dejen buena propina entonces.
Don Sergio siempre deja buena propina.
Su respuesta me puso en una situación incómoda: 
¿En qué mesa se sienta el sapito?
En esa, señaló Johí, aunque hoy día lo sentaron en la de allá. Cuando fui a levantarla encontré ésta.
Johí buscó en sus bolsillos. La servilleta, aunque arrugada, mantenía el trazo vigoroso de la anterior.

Cuesta abajo

Boca: Silva desgarrado 
el tiempo viejo 
que lloro.

Miré la enredadera, las hojas secas, el otoño. Johí tomó la bandeja.

Mañana me la da, no se preocupe. 
Gracias, Johí.
¿Va a ver a Unión?
Voy a ver a Riquelme. 
Ese está viejo, mejor vaya a ver a Ruidiaz el jueves.
Pero si no lo ponen.
Perdone, pero es que ustedes no nos quieren.


           









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