Saturday, March 17, 2012

Dante Poli y el fin de la Historia


Luego de siglos entrenándonos en el uso de la razón, los seres humanos de este siglo y del pasado tenemos ya como una certeza que el exceso de lucidez y de inteligencia no garantiza necesariamente un elevamiento de la vida, ni mucho menos la felicidad. Con nostalgia, el hombre y la mujer racional de nuestros tiempos, admira la inconsciencia de los animales y quisiera ser un inocente ser vivo carente de pensamientos. Eso nos pasa a veces, como dice Cioran, el filósofo, pero la inteligencia es un camino sin retorno y aquél instrumento que en otras épocas, sobre todo en la modernidad ilustrada, era el centro de las expectativas y de la atención humana, hoy ha llegado a tal grado de sofisticación, que ya ninguno de nuestros movimientos parece espontáneo. La visión de Cioran es extrema en este punto, pero no deja de adquirir sentido observando algunos eventos del siglo veinte y del incipiente veintiuno, en los que las construcciones racionales carecen de una finalidad que acerque o eleve el espíritu humano a las esferas de la felicidad colectiva o el despertar estético cultural que tuvieron otras naciones o pueblos en la antigüedad. Ya no quedan energías sino para el anhelo del final, nos dice Cioran. Lo que hoy prima es la “voluntad de epílogo”, estamos cansados de ser racionales porque vemos que al final la Razón no era sino un abismo más que nos pone de frente “ante la humillación de ser tan solo un hombre”.
   Esta visión, hace que razonar sea un ejercicio que realizamos ya sin la ilusión de llegar a grandes acuerdos, sino que se vuelve una actividad humilde, placentera: ordenar la pequeña parcela de cada uno en la discusión familiar, amistosa o no tanto. Viendo el programa del CDF “En el nombre del fútbol”, sin embargo, uno descubre una nueva dimensión de la miseria de la razón de la que nos habla Cioran. Todos los esfuerzos hechos por Waldemar Méndez en pos de dignificar el denostado ejercicio racional se ven destruidos y arruinados por la pobreza e ineptitud del mismo ejercicio llevado a cabo por Dante Poli. Cada vez que la conversación logra superar las dificultades propias de todo análisis, y cuando por fin se va llegando a esa zona nunca definitiva del hallazgo y la belleza racional, Poli se encarga de mostrarnos que somos “tan solo hombres”. Lo peor es que su flojera es su pasión y es probablemente el más hablador de los panelistas de dicho programa, quienes gastan sus mejores momentos al aire para tratar de aplacar la insulsa furia de Poli. Esta casi nunca es más que capricho y un intento triste por no querer dar la razón a aquél que la tiene. 
   La cara de Waldemar lo dice todo, entorna los ojos, arruga el entrecejo con preocupación y tristeza, y su decepción parece ser la decepción de la humanidad entera.
Ignacio Aguirre

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